sábado, 10 de septiembre de 2011

Método - Parte III


Con un sigilo increíble, la noche nos rodeó del todo. 

Y comenzaban los juegos. Mi primer impulso era tomar el morral, y confeccionar una almohada algo rudimentaria. Todo hombre necesita descansar, pero ese sentimiento seguía incomodándome. Se asentó en mi estómago, con planes de quedarse. Tal vez hubiese algo en la bolsa que fuera de utilidad para echarle un vistazo más de cerca a mis compañeros.
No me tomó mucho tiempo encontrar los lentes de tiro de mi hermano. Y justo cuando pensabas que una vista privilegiada no podía mejorar, el viejo genio de Método se las rebusca para perfeccionar tus gafas, agregándoles un sistema de mira automático, visión nocturna y algo tan intrincado como un detector de debilidades. Así que siempre que mi querido hermanito mete una saeta entre los ojos de un blanco a seiscientos metros de distancia, yo recibo algo de crédito silencioso.
Le robo los vidrios momentáneamente, y vuelvo a meter la mano en el morral… ahora necesito una estructura tubular, rígida, en la cual pueda insertar las lentes. Parece una buena manera de improvisar un telescopio, y así mantener vigilados a mis compañeros de andanzas. Mis manos se cierran sobre un envase de comida, la herramienta perfecta. Lo saco y comienzo a limpiar el interior para evitarme la vista de una migaja superdesarrollada.
Al colocar las lentes en los extremos, sonrío levemente. Nunca dejaré de ser un genio, y eso me reconforta mucho. Comienzo a enfocar hacia el este, y al darle dos golpecitos a la lente del frente la imagen comenzó a verse con un brillo verdoso. Las antorchas refulgieron intensamente, e intenté desviar mi mirada de ellas. Era eso, o perder la vista de forma prematura… y estúpida.
En una más profunda reexaminación del cuadrante este, encontré a mis camaradas cubiertos por el fino velo de la noche. Pero yo los veía claro como el día. Hacían señas, sobre la mejor manera de entrar. La lente había concordado conmigo, el este era el punto de entrada por excelencia. El trío logró evadir al par de guardias apostados, y se refugió tras una carpa. Un brazo que reconocí como el de mi hermano se asomó, y se apropió de una flecha. La usó muy sutilmente para hacer un tajo en la tela, y así revisar el contenido de la carpa. Letargo y Espejo comenzaron a moverse hacia delante luego de la decepción inicial de Tirador. Cada uno tomó una carpa diferente, esquivando con una agilidad inusitada a los soldados que se apiñaban alrededor de las fogatas, en un intento de escaparle al frío del desierto.

Y de pronto, mis peores temores se hicieron realidad… de la forma más cómica que me pude imaginar

La pequeña hoja que Espejo estaba utilizando para tajar las carpas chocó con un caldero humeante. 

De más esta decir que el agua hirviendo no es muy bueno para la piel. Espejo soltó un gritito que fue silenciado de pura casualidad por una carcajada de uno de los soldados.
Era bueno saber que a pesar del apesumbramiento, y de no tener idea de que estábamos intentando robarles, podían ser capaces de sonreír. 
 Espejo se corrió hacia atrás, y no tuvo mejor idea que chocarse con Letargo.
Y Letargo, para ser sincero, se ha ganado su apodo… particularmente por su tiempo de reacción. No tuvo reparos en chocarse con el Espejo de la mano quemada y caerse sobre una de las carpas más grandes. Ya era demasiada suerte si eso era ignorado. Y podría poner en duda las aptitudes de los soldados a quienes estábamos robando. 
Él cayó sobre una de las carpas más pequeñas, pero aún así llamo la atención de tres o cuatro fogatas. Los rodearon rápidamente. Pero a la escena todavía le faltaba un actor.
En el calor de la situación, me encargué de encontrar con cierta presteza a mi hermano, quién ciertamente supo ocultarse detrás de la carpa que estaba examinando. Mi hermanito tiene un alto sentido de la percepción. Puedo ver que su ballesta se agitaba ansiosa en sus manos. Cuento cinco, probablemente… seis tiros seguros, y un séptimo que requerirá algo de esfuerzo. El ceño fruncido en su cara hacía evidente su preocupación.

Yo me pregunté exactamente lo mismo que él: “¿Y después qué?”
No se suponía que terminara así

La contundente patada en las bolas que el azar había decidido darme no tuvo sus efectos en mí, sino en mis compañeros. Al fin y al cabo, había tomado una decisión excelente a la hora de quedarme atrás. 
Agarré el morral y volví a guardar las cosas. Los dispositivos junto a los detonadores, y el telescopio desarmado. El tubo entró al morral sin quejarse, y volví a armar los lentes para ponérmelos.  

Serían de una utilidad increíble en la dificultosa y solitaria tarea de deambular por este páramo desierto.

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