miércoles, 16 de febrero de 2011

V. Destrozos

Extraño, las espadas que quedan están teñidas con nuestra propia sangre.
Qué extraño desenlace, tan previsto y tan inoportuno a la vez. Mis hombres están desechos, las espadas rotas, las armaduras abolladas ¿Podré exigirles una batalla más? Da tristeza mirarlos: unos parados moviendo a los heridos, otros acostados, inmóviles, sentados y ensangrentados. Qué batalla atroz, que guerra amarga y larga. Los arietes no alcanzaron los muros, esa maldita infantería... Quizá muchos se hubieran salvado, quizá todos, si hubiésemos abierto una mínima brecha. Pero no, ni siquiera una marca dejamos en el muro.  A kilómetros quedamos, mirando parece cada vez más. Hubo bajas atroces, ¿Podremos atacar de nuevo? ¿Podré pedir refuerzos? Pero de donde, si ya más que esto no hay. Una centena de muertos, montones de heridos y unos pocos enteros con la muerte en los ojos. 

¿Qué puedo decir, si somos una compañía que ya no inspira más que lástima? 

Necesitamos tiempo. Y voluntad. Nada que podamos conseguir.