miércoles, 1 de junio de 2011

Método - Parte I

– ¿No te resulta raro todo esto? Es una retirada… poco convencional –me pregunté en voz baja a mi mismo, dándole la espalda a mis compañeros de andanzas. Somos cuatro, aunque solíamos ser cinco… pero esa es otra historia completamente distinta.
“Rara” Bien dicho. Tu elección de palabras es impecable, Método –oí decir a mi derecha. Tirador me oyó, como de costumbre. Me está vigilando demasiado seguido estos días. Parece que su confianza en mí empieza a desvanecerse algo antes de lo que yo creía.
– ¿Cómo diablos llegamos aquí, cerebrito? –oigo otra voz gruesa a mis espaldas. Letargo… no es el más brillante de la tertulia de la que soy parte. Pero si tengo que darle algún mérito, es a su contundencia a la hora de hacer preguntas.
– ¿Y cómo se supone que saldremos de aquí? – ¡Ah! la frutilla del postre nos ha agraciado con el dulce sonido proveniente de sus perfectas cuerdas vocales. Espejo, el carisma… junto con Letargo, se encargaban de la noble tarea de dejar en claro que no eran exactamente las estrellas más brillantes en el lienzo nocturno de la inteligencia.
–Suponer que yo poseo esa clase de información es una verdadera estupidez. Algo digno de ustedes, muchachos –repliqué certero, sin enfrentar al resto del equipo. Otro sonido llega a mis agudos oídos. Alguien tenía un enojo, y Tirador, diestro guardaespaldas y fraterno de mi persona, ha reprimido un ataque contra mí. Algunas cosas nunca cambian. Yo siempre sería su hermano menor, y él tendría un deber que cumplir como hermano mayor.

Es entendible que los ánimos estén caldeados

En una situación normal, mi comentario hubiera robado alguna que otra risita, y nunca hubiese ameritado un exabrupto por parte de Letargo. Si bien su amplia musculatura le daba la ventaja en esa clase de situaciones, su temperamento era calmo, lo cual se plantaba en directa contradicción con la extensión de sus capacidades.
Hemos llegado a esta tierra prácticamente por accidente. Es un páramo desierto como pocos que he visto. Se asemeja bastante a las Tierras Devastadas situadas al otro lado del mar, enfrentadas geográficamente a nuestra hermosa Ciudadela natal, allá en Erenir. Sólo deseé que no hubiese nada con alas, ni colmillos afilados. Verán, la naturaleza me aterra. Yo soy un hombre de ciencias, de museo… no de campo abierto, y mucho menos de aire libre.
Debía hacerle honor a mis aptitudes y pensar urgentemente en un movimiento que estabilizase nuestra posición. Y para lograr eso necesitaba información. Y mi entorno… se debería ver obligado a darme dicha información. Bastardo poco colaborativo. Me quito el morral, y me pongo a revisar su interior.
Suelo ser bastante eficiente a la hora de empacar, pero el portal nos succionó a todos muy rápidamente, y sólo alcance a tomar mi pequeña mochila antes de perderme en sus profundidades. Algunas ballestas a repetición, que me apresuré a repartir entre todos los presentes.
No me quedé ninguna para mí, no es mi clase de arma. Tampoco puñales, ni delicados estoques o absurdamente grandes mandobles. Yo me inclino a otra clase de arte. Encontré los pequeños dispositivos, y un detonador general. La dedicación, el planeamiento, la delicadeza de poner las piezas indicadas en el orden indicado. A veces podía sentir el precioso baile de la metralla, su rápida carrera por huir de la explosión para encontrar refugio en los órganos internos pertenecientes a algún testigo desafortunado.

Si, lo mío son los explosivos.

– ¿No hay nada para mí? –inquirió ciertamente encabronado Letargo, luego de no poder sacarse las ganas de hacerme pagar por mi improperio, gracias a la intervención de mi queridísimo hermano.
–Y preguntas como si necesitases algo… tú puedes agarrar un palo y el resto de la tonada puedes tocarla de oído –respondió Espejo, arrebatándome las palabras de la boca. La pequeña ballesta le sentía bien, junto con sus botas, diseño mío. Mi hermano se embarcó en un nivel avanzado de calibración de su arma. Me dio mucho gusto verlo así, puliendo su oficio. Ya no quedamos muchos, los que llevamos nuestro arte a los fríos y calmos bordes de la perfección. Las cosas de ese estilo tienden a enfriarse cuando te alejas de tu propia capacidad de error.
El morral había quedado casi vacío luego de pasar revista al armamento. Logré vislumbrar algunas raciones de comida, pero no iba a bastar. Mis peores temores se hicieron realidad cuando una fuerza extraña me retiró de mis pertenencias, y se abalanzó sobre la comida. Choqué de espaldas contra una duna, y la vista me molestó increíblemente. Letargo se las había ingeniado para detectar la comida, y no pudo refrenar sus instintos de supervivencia. Después de todo, supuse, un metabolismo de una persona de un tamaño como el suyo era bastante más activo que el de cualquier persona. La actividad de su metabolismo era, justamente, inversamente proporcional a la actividad de su cerebro.
Yo seguía enfrascado en mis cavilaciones cuando vi a Espejo y a mi hermano luchar desesperadamente por alejar al tercero en discordia de la única fuente de alimento que estaba a nuestro alcance. En lo profundo de sus mentes, ellos debían ver el mismo escenario que yo. No, no íbamos a morir de hambre… pero tendríamos que pedir ayuda. Y para la Escuadra, morir y pedir ayuda no son tan diferentes una de la otra. Mis suposiciones del principio me llevaron a pensar en las tropas que había visto retirarse. Sus números no eran increíbles, pero aún así eran las suficientes para asaltar una fortaleza. Probablemente podríamos obtener algo de comida de ellos. Pero necesitaba más información, eso de seguro.
Abandoné a mis compañeros, ciertamente enfrascados en su infructuoso esfuerzo, y me volteé a ver nuevamente al desfile de soldados. Estábamos a una distancia considerable, pero me jacto de tener una muy buena vista. No alcancé a vislumbrar todos los matices que poblaban los varios rostros en la compañía, pero por su andar desgarbado pude deducir que no la habían pasado de maravilla en el campo de batalla.
Hay algunos heridos, puedo notarlo a pesar de la distancia. Algunos aparentaban tener fracturas severas, y llegué a notar por la manera en la que eran cargados por sus compañeros que los lastres cargaban con heridas más severas. Del tipo que sólo una hemorragia masiva interna podía dejar. No vi ninguna tienda ambulante de cuidados médicos, lo cuál me sorprendió mucho. La mayoría de ellos no llegaría a casa entero… donde fuera que su hogar se encontrase. Y la pregunta seguía acechándome, como un depredador en Llaminary. Había algo que no cerraba en este escenario que buscaba intimar con mi sentido de la lástima.
– ¿Viste el caballo? –la voz de Tirador me sorprendió, obligándome a sobresalto. Su vista siempre había sido ligeramente mejor que la mía, y donde yo fallé… él tuvo éxito. Una figura alta, que cargaba con una pesada armadura y un yelmo bastante abollado, montaba a las espaldas de su ejército, aparentemente supervisando el desalentador repliegue.
Oigo un grito a mis espaldas. La imagen es irrisoria. Letargo se había hartado de los intentos de Espejo que buscaban detenerlo, y se las ingenió para atraparlo en una complicada llave, inmovilizándolo momentáneamente. Tirador soltó una carcajada y fue a unirse a la parafernalia. Yo me vi obligado a ser algo más inteligente. Mi mirada volvió a las tropas peregrinantes, y noté su repentina falta de movimiento.

Habíamos sido detectados

1 estocadas:

Paloma Cáceres Urban dijo...

se vino la ficción. Espero ansiosa la parte II.
Subcomandante Urban

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